De pequeño, escondido en la esquina del pasillo después de que mis padres me hubiesen mandado a la cama, viendo La Plaza Del Diamante, impresionado por la cara de sufrimiento de Silvia Munt. Un recuerdo que nunca se me ha olvidado.
A aquellas épocas, la que se veía en la adaptación televisiva de la novela de Mercè Rodoreda y a mi infancia, me remite este disco. Dos realidades que distan casi 50 años pero que salvo por el hambre no eran tan distintas. Me parece que este país apenas cambió en todo ese tiempo, solo una pequeña parte se modernizó después de la muerte del dictador, y mas bien fue ponerse una nueva capa de maquillaje que un cambio real. Los pueblos, los barrios menos favorecidos continuaron mucha años mas anclados en el tiempo, con sus muebles de cocina de Formica, sus paredes con humedades, los parches en los pantalones de sus hijos y los zapatos nuevos para los domingos, la leche en polvo al fuego y aquello de pobres pero honrados. Este es el decorado sobre el que transcurren estas diez canciones.
Si Nacho fuese de mi barrio por estas canciones pasearían Don Hiliberto, que pasaba el día asomado a la ventana de su casa con unos prismáticos intentando ver mujeres desnudas, las fiestas de El Valle Tabares y sus verbenas a las que aspirábamos a ir cuando fuésemos un poco más grandes, la frutería de Don Estanislao, donde uno se mantenía al día de la actualidad del barrio, la sala de espectáculos para adultos La Caracola a la que nos acercábamos una y otra vez aun a sabiendas de que no había manera de ver nada a través de sus ventanas, los partidos de fútbol en el bar de Horacio que nosotros veíamos desde el banco de la plaza porque no teníamos ni edad ni dinero para ocupar una mesa, las primeras hazañas de El Guelillo y El Chocho que sobre una Montesa de trial bajaban las escaleras que comunicaban nuestra calle con la de abajo para escapar de la policía, o la luz roja del bar Manila y los otros bares que estaban en aquel callejón, cerca del supermercado de los Rodríguez, que solo abrían de noche, uno se llamaba Tu Y Yo, otro creo que Mi Capitán.
Pero no, Nacho no es de mi barrio, y los protagonistas de sus canciones son otros que yo nunca conocí, perfectamente descritos con pocas pero certeras pinceladas, en situaciones que sí viví.
En lo musical, la voz de Nacho en primer plano, desgranando las historias con serenidad y seguridad, con la complicidad de su guitarra, y La Compañía aportando batería, piano, violín, trompeta y lo que requiera la situación, además de coros puntuales. Bonitas canciones con estribillos que no lo son del todo, que en la mayoría de los casos sobrepasan los cuatro minutos repartiéndolos entre una parte más intimista y otra con la banda más metida en el ajo. Elegante y melancólico, orgulloso y digno cancionero que siempre me deja con sensaciones encontradas, una media sonrisa en la boca y un poquito de desasosiego interior.
Y como esto va de recuerdos no puedo dejar de decir que en La Verdad Es Que Me Da Igual y en O Puede Que No me viene a la cabeza el mejor Pedro Guerra en la forma de cantar, aunque más que como una influencia, me los imagino a los dos prendados de discos como Estrangeiro de Caetano Veloso. También es ineludible acordarse de Manuel-Raquel al escuchar Colorete Y Quitasueño, y sin explicarme muy bien cómo siempre me viene a la cabeza aquel Sin Empleo de Los Suaves, narrada en el mismo tono que este disco, que acababa con la familia abriendo la espita de gas, con la muerte como única manera de vencer a la perra vida.
Nacho Umbert & La Compañía fueron en esta ocasión Nacho Umbert, Raül Fernández Refree, que también se encarga de la producción, Xavi Molero, Silvia Pérez Cruz, Sergi Claret, Anna Carné y Xavi de la Salut.
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