Mira por donde nunca me había detenido mucho en este disco, recordaba que era accesible al oído, pero ninguna de sus canciones se había quedado en mi cabeza. Ninguna me había dejado huella. Es pop, pero no inmediato ni pegajoso. Las crónicas de la época dicen que antes de un viaje a París, le regalaron a Malela una guitarra acústica o española (no recuerdo bien) y que ella se puso y le fueron saliendo canciones. Aquí hay cinco, que escuchadas esta semana de mucho corre corre, de muchos nervios y ajetreo, de virus de estómago y de catarros que acaban en bronquitis, han ejercido de bálsamo absoluto, un remanso de paz que me acompañaba en cada uno de mis viajes en coche. Fue ponerlo y sentir que esto era justamente lo que necesitaba. No sé muy bien por qué, pero no me cuesta nada imaginar a Malela en una habitación de hotel, escuchando música brasileña y haciendo estas canciones, que no suenan brasileñas. Pero su voz a veces me trae recuerdos de Marisa Monte, y en ocasiones su guitarra suena tranquila, suave y algo melancólica, saudade creo que lo llaman. Es una presencia fantasmal, algo que me parece sentir sin escucharlo. Si bien no es un disco para todos los días, si lo es para muchos momentos. Una delicia a la que hay que dedicarle un buen rato para irla desenvolviendo. Este disco ha sido por ahora la única huella discográfica de Le Mot, el proyecto en solitario de Malela (ha salido estos días por aquí como parte de Garzón y Grande-Marlaska), ayudada, según los créditos, por Roberto Herreros y Ramón Moreira.
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