Mira por donde el ruido del despertador me hace abrir los ojos, después siempre el ruido del baño, el ruido del agua al caer, el ruido de la tapa del water. Los ruidos de la cocina, de fregar loza y preparar los desayunos. En la calle, el ruido de la máquina limpiadora del ayuntamiento. Y después el ruido de los coches, del mío y de todos los otros. El ruido de la sirena, el ruido de los pasillos del instituto, el ruido dentro de las clases y a los 55 minutos, el ruido de la sirena, el ruido de los pasillos del instituto, el ruido dentro de las clases y a los 55 minutos, el ruido de la sirena, el ruido de los pasillos del instituto, el ruido dentro de las clases y a los 55 minutos, el ruido de la sirena, el ruido del recreo y a los 30 minutos, otra vez el ruido dentro de las aulas, y otra vez y otra vez y otra vez y el ruido de la salida y otra vez los coches y en casa el ruido de Tele 5 (horror), el de los niños jugando, el ruido salsero del bar azul cuando salgo a fumar al balcón. El ruido de preparar las meriendas, de los dibujos animados, de las carreras por el pasillo. Y después el ruido de la cafetería, del parque de la arena, de la gente en la avenida. Y tenemos más ruido con la cena, los baños de los niños, con Irene que no puede esperar por el biberón. Y vuelta con el ruido de la tele y de los bares cerrando en la calle. Y ruido de la lavadora y de la tendedera y otra vez ruido de loza y de comer pipas y ruido y ruido y ruido. Menos mal que al acostarme, cuando ya no se oye nada, puedo ponerme esta bonita suite en cuatro partes cortesía de Rafa Juristo tras su alias Shalocins, centrarme en ella y olvidarme de cualquier otra dura y ruidosa realidad.
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