Como lo fueron Vamos A Morir, Rosvita son especiales, una célula de creatividad desbordante cuyo comportamiento pasa por alto cualquier ley conocida, escrita o no, sobre el negocio musical. O al menos a mi me lo parece. Como los niños, inmunes a las cosas de los adultos, o porque no les interesan, o porque no van con ellos, o porque reconocer cualquier norma implica pérdida de libertad, ellos van a su aire. Tres discos en muchos años de vida, ahora creo que están preparando el cuarto... tan tranquilos. Y como un niño llevado a un sitio al que no quiere ir, entramos en este disco, con un lamento, que lleva el título de Penique, saturado de graves, y que si te lo tomas en serio, te deja helado.
Pero ya sabemos como son estas pequeñas criaturas, que metes a tres en una habitación y después del disgusto inicial, son ellos los que cierran la puerta porque al momento, pueden estar saltando, riendo y disfrutando. Y es que Rosvita están desplegando un rock raro, rítmico, festivo y feroz, de pie quebrado, para cantar a gritos y bailar como te dé la gana. Entre el segundo tema del disco, Pálpito, y hasta que llega la hora de volver a casa con Estrellármela, el penúltimo, se suceden momentos de alegría irracional desatada mientras se reivindica el haberlo hecho bien..., o mal. Otros en los que tres meten bulla como si fuesen trescientos y hasta aparece la que podía ser la melodía de una atracción inventada, El Lavalava, que rivaliza con aquel tiovivo de la locura al que le cantaban Amor Sucio.
Y cuando llega el momento de abrir la puerta, de volver a la sosa vida adulta, otra vez un lamento y cara de no haber roto un plato. Nos vamos tristes y anhelantes con Perromono, y todo porque ahora, después de disfrutarlo, no queremos salir de Grandes Tormentos.
Rosvita fueron en esta ocasión Mané Arija, Manuel Campos y Nacho Vera, que contaron con la ayuda de Sebastián Merlín y Eva Boucherite en este disco, además el inspirado Rafael Jaramillo se encarga del artwork, que quedó estupendo.
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