No sé bien en qué momento se le otorgó a Ruper Ordorika el título de "uno de los grandes renovadores de la canción vasca", pero esta coletilla lleva años acompañándolo donde quiera que se hable de él. A mi me da que fuera de su tierra es un músico mucho más conocido que escuchado y tengo la sensación de que el reconocimiento antes mencionado se ha convertido en herramienta para despachar sus discos, junto con algún tópico más, por parte de quien no se ha molestado en escuchar su música detenidamente.
No sé quienes serán esos grandes renovadores, donde si lo englobaría yo sería dentro de una raza de cantautores próximos al rock, que además han mamado el folclore de su tierra natal, y que llevan funcionando desde los ochenta o antes sin apenas conseguir repercusión fuera de su área de influencia, al menos con sus trabajos en solitario. Músicos que espoleados por su propia curiosidad caminan por donde les apetece, y a los que no les llega un mayor reconocimiento, entre otras cosas, porque los senderos por los que deambulan no los eligen pensando en encontrar al final las luces del éxito. Vagan libres y exploran sus propios mundos. Sí, Ruper Ordorika, podía formar parte de esa nómina junto con Xavier Baró, Quimi Portet, que aquí mete su guitarra en Gordeta Ditudanak, José Luis Pérez, Jabier Muguruza, Remigi Palmero o Rogelio Botanz.
Dabilen Harria es su sexto disco, un disco que huele a poesía, aunque en esta ocasión solo tome una letra prestada a Joseba Sarrionaindia, que discurre plácido y cala hondo. Sereno y vigoroso, asentado sobre fuertes pilares, cantado sin levantar la voz, deja la sensación de estar consensuado por un consejo de sabios, plenos de seguridad, tramado en la tranquilidad cotidiana de la sobremesa, aunque en alguna de ellas la cosa haya acabado medio en fiesta, con las guitarras rugiendo.
Sea como sea, voz, bajo, batería y guitarras se bastan en este disco para, como decimos en estas islas, sentarte las madres. El eco casi imperceptible que recorre Martin Larralde, el violonchelo de Pello Ramírez en Amets Gaiztoak Ahaztu ya son detalles que aúpan lo muy notable hasta la delicatessen.
La sapiencia se lleva hasta a las traducciones al castellano de las letras de estas once canciones, incluidas en el libreto, que son obra de Bernardo Atxaga.
Acompañaron en este disco a Ruper Ordorika los músicos Ben Monder, Skuli Sverrisson y Kenny Wollesen, además de las apariciones puntuales de Quimi Portet, Nando de la Casa, Pello Ramírez, Iñigo Goldarazena, Alicia Argiñano y Virginia de la Casa.
Nota:
“Sentar las madres” es una expresión canaria que hace referencia a la calidez, satisfacción y bondad de una buena digestión. En este sentido hay platos y alimentos [como puede serlo un buen “caldo”] que “sientan las madres”.
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