Año 88, entre los 13 y 14 años, esa edad en la que evidentemente eres un niño pero tú no lo sabes. Mezclando cosas de grandes y cosas de chicos a diario. Lo mismo nos íbamos a mear desde el puente de la autopista, que lanzábamos bolsas de basura por las ventanas abiertas de los vecinos de los primeros pisos de la urbanización. Igual metíamos palitos en las cerraduras de los negocios que nos quitaban la pelota, que extendíamos moñigos de perro por sus puertas. Hasta ahí lo normal, pero también decidíamos que los pijos de La Laguna no merecían tener esas pedazo de tablas Powell-Peralta y allá que íbamos desde el extrarradio con todo planeado para quitárselas a la fuerza. O decidíamos que las tiendas pijas de Santa Cruz tenían camisetas Vision y bermudas Gotcha muy guapas y merecían ser asaltadas mientras unos hacíamos bulto. Como ven, los pijos eran nuestros enemigos. Yo, la verdad, era bastante cagado, me daba miedo, pero allá que ibamos. Me sentía más seguro robando en las carteras familiares. Cuando me decidí, conseguí para comprar El Hombre Del Traje Gris de Joaquín Sabina. Por supuesto que me cogieron, menudo era mi padre para saber cuanto dinero había en cada sitio. Aunque fue tarde, ya la cinta era mía. Pero también me dejaron sin ganas de volverlo a hacer, y el disco no era para tanto. Fracaso absoluto.
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