En 1997 casi nada se sabía de Ana D, su nombre había aparecido en los créditos de Arco Iris De Lágrimas un par de años antes, allí aportaba su voz en un par de canciones, de las que también firmaba la música, y hacía coros. También se podía intuir que era la misma Ana Díaz que aparecía formando parte de Cría Cuervos en el primer volumen de los Boleros Enfermos De Amor.
Pero nada más se sabía, uno podía zambullirse en este Satélite 99 y pensar que aquella voz tan especial surgía de alguien recién llegado de otra galaxia, alguien sin pasado, y que tú eras uno de los afortunados terrícolas que había tenido la suerte de poderla escuchar. Una voz serena, fría en el primer contacto, pero en la que acabas acurrucado recibiendo agradables sensaciones, algo distante y sensual, que no necesita el énfasis para transmitir emoción. Una voz distinta, desapasionada, no del todo cómoda, de perfecta dicción, que sin embargo atrapa y encoge el alma de quien la escucha con atención, que puede llegar a aterrar si la escuchas a solas y no pasas por tu mejor momento emocional. Una cariñosa invitación al abismo. Algo inexplicable.
Una coqueta caja de música, que disparaba una breve melodía de Frédéric Chopin, iniciaba el contacto, como si fueran aquellas cinco notas de Encuentros En La Tercera Fase. Lo demás era ya cerrar los ojos y transitar por el pop nebuloso de galaxias que nacen entre la distancia de un beso, despegar impulsado por las ondas del Hammond hacia aquel satélite perdido del espacio, naufragar entre palabras aferrado a un recuerdo, o pasear por el metalófono, yendo y viniendo a capricho del amor. Pero en este viaje no todos eran mundos desconocidos, pero sí vistos desde una perspectiva insólita, como ocurre con las visitas a Me Quedo Contigo de Los Chunguitos y Todo Comenzó de Betty Misiego, mis dos favoritas de las cuatro versiones incluidas.
Al parecer fue Corcobado quien la animó a grabar este disco, que acabó uniendo dos mundos que uno creía que nunca iban a colisionar. Por el lado del pop marca Elefant Records se embarcó Ibón Errazkin, ex-Le Mans y ahora en Single, y por el lado del rock a corazón abierto Javier Corcobado y Susana Cáncer. Completó la dotación Frank Rudow, ex-Manta Ray, y ahora en Suma. Todos manejaron los instrumentos para que este ovni musical llegará a su destino, aunque en una entrevista Ana confesaba que una vez subida a la nave, no pudo evitar hacerse con el mando de la tripulación, gobernándola con cierta tiranía.
Como esas películas de ciencia ficción de los setenta a las que la era de los efectos digitales ha tratado de superar sin éxito, la actual sociedad de la super-información, que nos cuenta que Ana D ya firmó allá por 1983 la letra de algunas canciones de Que Dios Reparta Suerte, primer disco de Gabinete Caligari, e incluso que fue voz de Dinarama en ese breve intervalo de tiempo en el que Alaska todavía era una Pegamoide, no ha conseguido destruir el encanto de este disco, que vaga solo en su propia cápsula del espacio-tiempo a la espera de ser encontrado y escuchado, una y mil veces.
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