En algún momento de la primera mitad de los noventa, creo que hacia 1992, Javier Almendral y Carlos Desastre cruzaron sus caminos e iniciaron una colaboración que dio lugar a que en 1993 se grabasen dos discos hermanos que para mí, sin duda, están entre los mejores que se han hecho en este país en la mencionada década... y no sé muy bien por qué lo acoto solo a esta época. Uno es este, el otro, el último de 713avo Amor.
Después de haber editado con el nombre de Las Vírgenes el escueto single Aguja Roja, Javier Almendral y Germán Sánchez incorporaron a Paco "Serrucho" Cárdenas a la batería, que provenía de Blackmoon Fire, para sustituir a Alicia Salguero. A la par cambiaron su nombre por el de Vírgenes Adolescentes, y con esta nueva denominación se presentaron en sociedad con un álbum de idéntico título.
El disco se editó solo en doble vinilo, con portada abierta, y encima se decidió que se vendiera a precio de disco sencillo. Todo un detalle por parte del grupo y la discográfica, que más no pudo hacer por acercar el disco a los potenciales oyentes. Aun así creo recordar que para que todo esto fuese viable hubo que sacrificar en parte el arte de la portada, y la calidad de los inserts, que parecen fotocopiados. Personalmente agradezco lo bonito y generoso de la edición, pero creo que fue una decisión que no benefició a la difusión del disco. Ni entonces, que el vinilo vivía sus horas más bajas y muchos platos habían ido a parar al trastero o al contenedor más cercano, ni ahora, que, dado el formato, se vende en el mercado de segunda mano a precios poco razonables. Esto, junto con que tampoco está disponible en plataformas digitales, lo ha hecho poco accesible para las nuevas generaciones. El resultado, y esto es lo peor que le puede pasar a un disco, es que seguramente no habrá mucha gente que lo haya oído con calma de principio a fin. Y les puedo asegurar que pasar noventa minutos acompañado con este disco es una de las experiencias más satisfactorias y arrolladoras que cualquier aficionado a la música, y amante de la electricidad, puede echarse en cara a día de hoy.
Javier Almendral, al que le gustaba usar el sobrenombre de Delirio, se encarga de la práctica totalidad de las letras del disco, contando con la única ayuda de Carlos Desastre en Unos Contra Otros (En La Jungla De Mordiscos) y de Johanna Linder en Vamos A Llamar A Dios Por Teléfono. En ellas opta por arrancarse a dentelladas su propia piel, y deja escapar pedazos de vida en crudo y pensamientos obsesivos en los que tienen cabida la autodestrucción, el amor, la insatisfacción, el placer, la hipocresía, la muerte... convirtiendo los textos en una autopsia emocional tan íntima como desgarradora, sincera y precisa.
A esto hay que añadir la capacidad del trío de conjugar con total acierto, y de infinitas formas, la calma tensa, el remanso y la vorágine eléctrica, y además sumarle la voz de Javier, vehemente y expresiva, para poder dar una explicación razonable de la atmósfera altamente conductora de electrizante conmoción que crea la escucha de estas trece canciones. En otras palabras, escuchar esto es algo así como estar en la placenta del rocanrol, o en la de una de esas bellas mujeres lobo que surgieron de la mente de Clark Carrados.
Además de los tres miembros de Vírgenes Adolescentes, participaron en esta grabación Juan A. Bullón, que echó una mano en los coros, y Carlos Desastre, que tocó la guitarra, hizo coros, puso la segunda voz en Quiéreme Sin Pantalones y la voz de narrador en Insomnio, y del que se puede leer en uno de los inserts que aportó "además buenísimas ideas musicales, conceptuales y ambientales de corazón, que fueron fundamentales para el resultado final de este disco". Bendito encuentro ese del año 92 con el que empezábamos esta reseña.
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